Juan Crisóstomo Ruiz de Nervo bajo el seudónimo de Amado Nervo, nace en Tepic, Nayarit (México), el 27 de agosto del 1870. Poeta, ensayista y prosista. Hizo sus primeros estudios en el Colegio de Jacona, pasando después al Seminario de Zamora, en el Estado de Michoacán, donde permaneció desde 1886 hasta 1891. Siguió alentando en su interior una espiritualidad mística, nacida sin duda en estos primeros años, que empapa la producción lírica del poeta, en la que medita, fundamentalmente, sobre la existencia humana, sus problemas, sus conflictos y sus misterios, el eterno dilema de la vida y la muerte. Abandono los estudios, y empezó a ejercer el periodismo, profesión que desarrolló primero en Mazatlán, en el Estado de Sinaloa, y más tarde en la propia Ciudad de México, donde se trasladó temporalmente en 1894. Sus colaboraciones aparecieron en la Revista Azul. Junto a su amigo Jesús E. Valenzuela, fundó la Revista Moderna. Estas dos publicaciones fueron el resultado de las ansias e impulsos modernistas que aparecieron, en aquella época, en todos los rincones de la Latinoamérica literaria y artística. El valor de su prosa desmerece, sin embargo, si se la compara con sus producciones en verso. Nervo es, efectivamente, un auténtico poeta modernista, verdadero hijo literario de Rubén Darío, plenamente mexicano; las intuiciones religiosas de su juventud le inspiraron las páginas de sus Perlas Negras y sus Místicas (1898), en las que puede encontrarse su célebre A Kempis, cuyo encendido lirismo no podría ya superar el poeta. Llegó a Buenos Aires, en marzo del 1919 y murió en Montevideo (Uruguay) el 24 de mayo de 1919, a los 48 años.
POEMAS
Todo amor nuevo que aparece
nos ilumina la existencia,
nos la perfuma y enflorece.
En la más densa oscuridad
toda mujer es refulgencia
y todo amor es claridad.
Para curar la pertinaz
pena, en las almas escondida,
un nuevo amor es eficaz;
porque se posa en nuestro mal
sin lastimar nunca la herida,
como un destello en un cristal.
Como un ensueño en una cuna,
como se posa en la ruina
la piedad del rayo de la luna.
Como un encanto en un hastío,
como en la punta de una espina
una gotita de rocío...
¿Que también sabe hacer sufrir?
¿Que también sabe hacer llorar?
¿Que también sabe hacer morir?
-Es que tú no supiste amar...
EL PRIMER BESO
Yo ya me despedía.... y palpitante
cerca mi labio de tus labios rojos,
«Hasta mañana», susurraste;
yo te miré a los ojos un instante
y tú cerraste sin pensar los ojos
y te di el primer beso: alcé la frente
iluminado por mi dicha cierta.
Salí a la calle alborozadamente
mientras tu te asomabas a la puerta
mirándome encendida y sonriente.
Volví la cara en dulce arrobamiento,
y sin dejarte de mirar siquiera,
salté a un tranvía en raudo movimiento;
y me quedé mirándote un momento
y sonriendo con el alma entera,
y aún más te sonreí... Y en el tranvía
a un ansioso, sarcástico y curioso,
que nos miró a los dos con ironía,
le dije poniéndome dichoso:
-«Perdóneme, Señor esta alegría.»
¡ESTÁ BIEN!
Porque contemplo aún albas radiosas
y hay rosas, muchas rosas, muchas rosas
en que tiembla el lucero de Belén,
y hay rosas, muchas rosas, muchas rosas
gracias, ¡está bien!
Porque en las tardes, con sutil desmayo,
piadosamente besa el sol mi sien,
y aun la transfigura con su rayo:
gracias, ¡está bien!
Porque en las noches una voz me nombra
(¡voz de quien yo me sé!),
y hay un edénes
condido en los pliegues de mi sombra:
gracias, ¡está bien!
Porque hasta el mal en mí don es del cielo,
pues que, al minarme va, con rudo celo,
desmoronando mi prisión también;
porque se acerca ya mi primer vuelo:
gracias, ¡está bien!
Cada rosa gentil ayer nacida,
cada aurora que apunta entre sonrojos,
dejan mi alma en el éxtasis sumida...
¡Nunca se cansan de mirar mis ojos
el perpetuo milagro de la vida!
Años ha que contemplo las estrellas
en las diáfanas noches españolas
y las encuentro cada vez mas bellas.
¡Años ha que en el mar, conmigo a solas,
de las olas escucho las querellas
y aún me pasma el prodigio de las olas!
Cada vez hallo la Naturaleza
más sobrenatural, más pura y santa.
Para mí, en rededor, todo es belleza:
y con la misma plenitud me encanta
la boca de la madre cuando reza
que la boca del niño cuando canta.
Quiero ser inmortal, con sed intensa,
porque es maravilloso el panorama
con que nos brinda la creación inmensa;
porque cada lucero me reclama,
diciéndome al brillar:
"¡Aquí se piensa,
también, aquí se lucha, aquí se ama!".
Flor de Mayo como un rayo
de la tarde se moría...
Yo te quise, Flor de Mayo,
tú lo sabes; ¡pero Dios no lo quería!
Las olas vienen, las olas van,
cantando vienen, cantando irán.
Flor de Mayo ni se viste
ni se alahaja ni atavía;
¡Flor de Mayo está muy triste!
¡Pobrecita, pobrecita vida mía!
Cada estrella que palpita,
desde el cielo le habla así:
"Ven conmigo, Florecita,
brillarás en la extensión igual a mí
"Flor de Mayo, con desmayo,
le responde: "¡Pronto iré!
"Se nos muere Flor de Mayo,
¡Flor de Mayo, la elegida, se nos fue!
Las olas vienen, las olas van,
cantando vienen, llorando irán...
"¡No me dejes!" yo le grito:"
¡No te vayas dueño mío,
el espacio es infinito
y es muy negro y hace frío, mucho frío!
"Sin curarse de mi empeño,
Flor de Mayo se alejó,
Y en la noche, como un sueño
misteriosamente triste se perdió.
Las olas vienen, las olas van,
cantando vienen, ¡ay, cómo irán!
Al amparo de mi huerto
una sola flor crecía:
Flor de Mayo, y se me ha muerto...
Yo la quise,
¡Pero Dios no lo quería!
Me besaba mucho, como si temiera
irse muy temprano...
Su cariño era inquieto, nervioso.
Yo no comprendía
tan febril premura.
Mi intención grosera
nunca vio muy lejos ¡Ella presentía!
Ella presentía que era corto el plazo,
que la vela herida por el latigazo
del viento, aguardaba ya...,
y en su ansiedad
quería dejarme su alma
en cada abrazo,
poner en sus besos una eternidad.
HA MUCHO TIEMPO QUE TE SOÑABA...
Ha mucho tiempo que te soñaba
así, vestida de blanco tul,
y al alma mía que te buscaba,
Ana, ¿qué miras? le preguntaba
como en el cuento de Barba azul.
Ha mucho tiempo que presentía
tus ojos negros como los ví,
y que, en mis horas de nostalgia,
la hermana Ana me respondía:
"Hay una virgen que viene a ti".
Y al vislumbrarte, febril, despierto,
tras de la ojiva del torreón,
después de haberse movido incierto,
como campana que toca a "muerto",
tocaba a "gloria" mi corazón.
Por fin, distinta me apareciste;
vibraron dianas en rededor,
huyó callada la Musa triste
y tú llegaste, viste y venciste
como el magnífico Emperador.
Hoy, mi esperanza que hacia ti corre,
que mira el cielo donde tú estés,
porque la gloria se le descorre,
ya no pregunta desde la torre:
Hermana Ana, ¿dime qué ves?
Hoy en mi noche tu luz impera,
veo tu rostro resplandecer,
y en mis ensueños sólo quisiera
enarbolarte como bandera
¡y a ti abrazado por ti vencer!
No, no fue tan efímera
la historia de nuestro amor:
entre los folios tersos del libro virginal
de tu memoria, como pétalo azul
está la gloria doliente,
noble y casta de mis versos.
No puedes olvidarme:
te condeno a un recuerdo tenaz.
Mi amor ha sido lo más alto en tu vida,
lo más bueno; y sólo entre los légamos
y el cieno surge el pálido loto del olvido.
Me verás dondequiera:
en el incierto anochecer,
en la alborada rubia,
y cuando hagas labor
en el desierto corredor,
mientras tiemblan en tu huerto
los monótonos hilos de la lluvia.
¡Y habrás de recordar!
Esa es la herencia que te da mi dolor,
que nada ensalma.
¡Seré cumbre de luz en tu existencia,
y un reproche inefable en tu conciencia
y una estela inmortal dentro de tu alma!