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sábado, 18 de septiembre de 2010

Poemas Alvaro Salvador




Álvaro Salvador Jofre, nació en Granada-España, en el 1950. Poeta, critico, ensayista. Dedica su vida en la actualidad a la docencia en la Universidad de Granada, en Literatura Hispanoamericana y Española. Junto a Luis García Montero y a Javier Egea promocionó a comienzos de los años ochenta la tendencia poética conocida como “otra sentimentalidad”, germen de lo que años más tarde sería la llamada poesía de la experiencia dentro de la poesía española contemporánea. Ha publicado nueve libros de poemas entre los que podemos destacar "Las Cortezas del Fruto" (Madrid,1980), "Tristia" (En colaboración con Luis García Montero, Melilla,1982) "El agua de noviembre" (Granada, 1985), "La condición del personaje" (Granada, 1991), "El Impostor" (Palma de Mallorca, 1996). Ha publicado también varios libros de crítica literaria como los titulados "Para una lectura de Nicanor Parra" (Sevilla, 1975), "Rubén Darío y la moral estética" (Granada,1986), "Introducción al estudio de la literatura hispanoamericana" (en colaboración con Juan Carlos Rodríguez, Madrid, 1987 y 1994) y distintas ediciones de la obra de Rubén Darío o de poesía española e hispanoamericana contemporánea. Entre los premios que ha obtenido está, en 1970 Federico García Lorca, en poesía para estudiantes, en 1972 gana el Nacional de poesía, Hermanos Machado" de Sevilla (1981), internacional "Castellón a Escena" (1996), En 2002, recibió el premio Casa de las Américas de Ensayo por su obra “El impuro amor de las ciudades”. En 2007 ha obtenido el Premio del Tren "Antonio Machado" de poesía, otorgado por la Fundación de Ferrocarriles Españoles, por su poema "Estación de Servicio III" y en 2008 el Premio Generación del 27.





POEMAS





CANCIÓN DE MEDIODÍA


Uno, a veces, quisiera no haber sido

ese joven feliz que en los guateques

se drogaba con la melancolía.

Porque uno, a veces, mira en la mañana

el rostro del dolor ante el espejo,

surcado por la angustia, castigado,

perdidos los encantos y el cabello

del solitario rostro: la tristeza

como una madreselva invadiéndolo todo.

Y uno siente en los huesos que hace frío,

que el brasero no enciende, que en la casa

penetra lentamente el viento de la tarde

como un azogue triste de soledad y desprecio.

¡Qué sola va la vida en ese mediodía

cuando sales al parque deambulando

por tu propio calor como una fiera!

Qué sola irá la vida entre los bulevares

si apenas tu mirada puede ver los azules

presentes que la aurora dejó sobre los árboles.

Porque uno, a veces, mira en la mañana

la lluvia del dolor por las aceras,

marcado por un rumbo, desterrado,

perdidas la esperanza y la alegría

en los húmedos ojos: la tristeza

como una muchedumbre invadiéndolo todo.

Y uno siente, de pronto, la llamada,

la llamada en los labios, y en los ojos

penetra lentamente el sol de una sonrisa

como la dulce lámpara que salta al corazón.

Uno, entonces, quisiera ser de nuevo

ese joven feliz que en los guateques

se drogaba con la melancolía.



SIESTA



Si escribo estas palabras temo dar una imagen

de escritor que conoce su oficio y sus recursos,

temo no dar la talla, carnal, enamorada,

de un hombre que ha pisado el umbral de sus sueños.

Si digo que mis sueños, durante tantos años,

repitieron el sueño de tu cuerpo desnudo,

la estación de tu abrazo, el reguero de fresas

que dejas en mis días, festivos desde ti,

unidos desde ti a la fantasía

de una dulce verbena interminable,

puede que mis palabras,

palabras de poeta que maneja sus armas,

sean sólo el simulacro

de una emoción, de la pasión que da el conocimiento

cuando rozamos la punta de los sueños.

Si digo que tu rostro, sonriente y mojado,

me guiña contra el cielo de cada escaparate,

el único sonido tu voz que me enajena

más acá de la vida, dentro ya de mis sueños;

si digo que no tengo otro olfato que el tuyo,

que puedo, como en sueños, reconocer mi aliento

cuando no estás conmigo, cuando no puedo olerte

el vino derramado por tu espalda y mi pecho;

si digo que te quiero como a nadie he querido

en este mundo torpe, lleno de medias tintas,

temo dar una imagen de escritor recurrente,

temo no dar la talla del hombre que quisiera

explicar cómo, a veces, los sueños toman cuerpo,

nos citan una noche, nos besan, nos desnudan,

nos dejan en las sábanas una flor de alegría.




EL PADRE


El tendría por entonces mi misma edad de ahora

y recuerdo su mano apretando la mía

al cruzar, los domingos, la calle hasta la iglesia.

Después, mi mano olía durante varias horas

a jabón de lavanda y rubio americano.

Solíamos deambular las mañanas soleadas

por céntricos jardines o estrechas callejuelas

y él parecía no tener un rumbo prefijado,

desconocer adrede el destino final de aquellos pasos

que me brindaba a mí, su hijo más pequeño,

con la alegría sin norte de un muchacho.

Al final, el camino siempre nos conducía

a un gran café del centro, hermoso y concurrido.

Y allí me transformaba,

feliz explorador de un territorio íntimo,

en héroe sideral o enmascarado rey de los pigmeos

mientras él repasaba lentamente el periódico

o hablaba apasionado con algunos amigos

de temas misteriosos que yo nunca acababa de entrever

más allá de sus risas

y la expresión profundamente viva de unos rostros

tiernos y cariñosos al dirigirse a mí.

Más tarde, al retirarnos,

siempre con la sorpresa de un truco inesperado

aparecía en su mano un crujiente paquete

lleno de dulces frescos para tomar en casa.

Otras veces, recuerdo, en tardes de verano

solíamos caminar a la luz del crepúsculo

y su mirada de hombre, madura, ensombrecida

por unos pensamientos que yo no comprendía

pero que adivinaba próximos,

cercanos a una suerte de tristeza muy honda,

me acercaba a mí mismo

a la intuición de una edad mayor,

poderosa y extraña como sus palabras.

Se marchó una mañana dorada de Diciembre

-como aquellas mañanas azules de mi infancia-

hace ya veinte años.Y, sin embargo,

aún en los días más serenos

puedo escuchar su voz con un escalofrío,

oír como resuena, amable, enronquecida,

en mi propia garganta.

A veces veo sus ojos en mis ojos sin brillo.

Y la mano de mi hijo,anidada en mi mano,

me hace sentir de nuevo el amor de su mano.



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Rosana

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