
Manuel Moya Escobar, natural de Fuenteheridos-Huelva,
donde reside en la actualidad. Poeta, critico literario, narrador, traductor,
editor, además de promotor cultural. Estudió filología hispánica en la
Universidad de Sevilla. Ha publicado una docena de libros de poesía con los que
ha obtenido premios de relieve como Ciudad de Córdoba (1997), Ciudad de Las
Palmas (2001), Leonor (2001) o más recientemente el Fray Luis de León (2010),
Apuntes del Natural (2013) ha ganado el certamen de la tercera edición del
Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado. Como prosista ha editado un
libro de cuentos, La sombra del caimán 2006, las novelas; La mano en el fuego
2006, La tierra negra 2009, Majarón 2009, y Las cenizas de abril 2011,
relacionada con la reciente historia portuguesa (lengua a la que ha sido
traducida), con la que obtuvo el premio Fernando Quiñones de novela. En poesía
ha publicado; La noche extranjera 1994, Las horas expropiadas 1995, Las islas
sumergidas 1997, La posesión del humo (bajo el seudónimo de Violeta C. Rangel)
1997, Memorias del desierto 1998, Habitación con islas (antología poética
1984-1998), Lección de sombras 1999, Taller de máscaras 2002, Cosecha roja
(poemas de Violeta C. Rangel), Habitation avec les iles 2007, Quarto com islas
2008, De puertos y fronteras 2011, Isla de sutura 2011, entre otros. Su nombre
aparece en más de una treintena de antologías poéticas y en una decena de
narrativas, editadas tanto en España como en el extranjero.
POEMAS
LLUVIA
Tienen sed los campos.
Ha llovido poco últimamente.
Pasaron las tormentas que no dejaron nada.
Sacaron a los ídolos y no vino la lluvia.
La lluvia viene cuando quiere. No tiene su sazón
hora fijada. Mucha o poca,
la lluvia jamás mide
cuanto otorga, ni prevé
dónde será bien recibida.
Llueve con simpleza, simplemente.
Se deja llover por puro gusto.
No castiga la lluvia, no condena.
Jamás la lluvia aplaude,
jamás se afirma en nada.
Es un don la lluvia, y no lo sabe.
NO LOS
HOMBRES
No los
hombres
que vuelven de Hispanía o
de Cartágo
cegados por el mirto o
por el oro,
no aquéllos, cuyos
torsos
perturban los
jardines,
no los estrelleros, los
escribas
ni el vencedor de
Farsalia;
desde luego no los
príncipes
ni el
gladiador
que volvió a eludir la
muerte,
no el impúdico tribuno,
ni el hebreo
tonante,
inexpresivo,
al que temí menos por su
sangre
que por su
misterio,
no ninguno de los
dioses
que dicen
verdaderos
a quienes en su temor y
en su codicia
tantos se
encomiendan,
sino ver a mi
padre
entrando solo en la
ciudad
herido y sin
escudo,
deslumbrante.
(A mi padre, a quien
tanto esperaba cada tarde de mi infancia.)
SALARIO
A cada hombre su luna y
su salario,
su tanto de sal, su pobre
mano
abrasada y hueca. Yo
fui
con esos hombres y como
uno de ellos
he vuelto a casa con la
luna en los ojos.
Como cualquiera de
ellos
he visto sucederse la
lluvia en los plantíos
y el sol en
los
últimos jaguarzos de la
tarde,
cuando es la luna todavía
un ojo helado.
Cada hombre tiene su luna
y su prodigio,
su tormenta y su hora de
estar viendo llover
impasible a la lluvia. Yo
vi a los hombres,
a muchos de esos hombres
llegar ante mi puerta,
llamarme por mi nombre y
pues he sido
uno de esos hombres, y
con ellos
dormido en el
barbecho
y grabado en este tronco
mi memoria
y su sazón, me vuelvo
ahora,
aterido y débil en pos de
mi salario.
SOBRE LOS PIRATAS
QUE SE LANZAN
A LAS AVENTURAS DE
LAS ISLAS
Habitan en mi agenda
piratas misteriosos,
a veces me llaman o les
llamo, son cordiales,
parecen divertirse con
mis cosas
y envían largas cartas
que obligo a descifrar
a mi señora. Por ella sé
que son piratas
que buscan un tesoro (el
que yo busco),
que esperan que yo les dé
una pista,
cualquier pista, las
mismas que entre líneas